Opinión: El abusador que quiere cambiar la historia

Nada más asqueroso que ver a un victimario intentando presentarse como víctima. Eso es lo que hoy hace César Lebus, condenado a 14 años de prisión por abuso sexual con acceso carnal agravado, corrupción de menores, amenazas y violencia. Desde la cárcel, escribe cartas y busca espacios en medios para mostrarse como un hombre injustamente castigado, apelando a la emoción y al olvido. Es la jugada más perversa de todas: intentar transformar el daño que causó en un relato de persecución, como si su palabra valiera más que el dolor de sus propios hijos.

Pero los hechos son innegables. La Cámara integrada por los jueces Eduardo Alberto Bernacchia, Fabio Mudry y Fernando Gentile Bersano, en decisión unánime del 30 de octubre de 2024, condenó a Lebus por los delitos de abuso sexual con acceso carnal vía oral, triplemente agravado por el vínculo y por su rol de guardador y educador de las víctimas. Luego, la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Vera, integrada por Sebastián Creus, Bruno Netri y Martha Feijóo, confirmó la condena en un fallo firme, sólido y ejemplar. Ambas instancias coincidieron: la evidencia era contundente y la justicia debía actuar con perspectiva de niñez.

A pedido de la fiscal Georgina Díaz, el 29 de junio de 2025, el juez penal Gonzalo Basualdo ordenó la inmediata detención de César Lebus, concretando así el cumplimiento efectivo de la sentencia. Las pruebas, los testimonios y los peritajes forenses respaldaron cada palabra del fallo, desarticulando cualquier intento de negar lo que fue probado judicialmente. La justicia escuchó, analizó y actuó con integridad.

Aun así, el victimario sigue intentando manipular la opinión pública. Su estrategia es la de siempre: invertir los roles, disfrazar la verdad y explotar el desconocimiento de quienes no vivieron el caso. Lo peligroso no es solo su mentira, sino el eco que encuentra en ciertos medios dispuestos a amplificar su discurso, sin recordar que detrás de cada palabra hay una historia de abuso, miedo y supervivencia.

Por eso, no se trata solo de recordar: se trata de no permitir que la impunidad encuentre nuevos disfraces. La memoria social debe ser firme, incómoda y persistente. Porque cada intento del abusador de mostrarse como víctima es también una nueva agresión simbólica hacia quienes lograron romper el silencio.

La sociedad tiene una responsabilidad: no callar. No dejar que la psicopatía se vuelva relato, ni que la manipulación emocional borre lo que la justicia ya probó. Escuchar a las víctimas no es un acto de compasión; es un deber moral. Y frente a la mentira del victimario, la verdad debe volver a hacerse escuchar.

Autor anónimo.

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